¿Cómo podría decirlo?
La idea me rondaba desde hacía horas. No sabía muy bien cómo escribirlo; siempre el reto de la hoja en blanco, el formulario en blanco, la mente en blanco.
Comenzaba escribiendo algo. Lo borraba. Volvía a empezar. Lo mismo.
Las palabras me fallaban como pocas veces lo habían hecho en mi vida. Frustración.
De vuelta a empezar. «Joder, necesito que sea perfecto» pensé.
Podía sentir el tiempo latiendo en mis sienes y el sueño llevarse mi conciencia sorbo a sorbo; justo lo contrario de lo que necesitaba para poder exprimir al máximo mi dominio sobre la letra escrita, para sacar de mi interior lo que quería que entendieran. Tenían que entenderlo de una forma tan extraordinariamente cristalina que jamás pudiera haber una malinterpretación o duda sobre lo que sentía en el momento en el que lo dije.
Cuando dices o haces las cosas, tienes que ser lo suficientemente responsable como para hacerte cargo de ellas en el futuro, tanto si todo va bien como si todo va mal. Eso no me preocupaba, lo que iba a decir difícilmente iba a tener vuelta atrás, incluso a través de la distancia o del tiempo.
La hoja en blanco. Comenzaba a sentir el frío de la noche arañándome la espalda. Un escalofrío en la nuca. La mente en blanco. Otro escalofrío más.
Un diminuto mosquito chocaba una y otra vez contra el resplandor de la pantalla. Como yo, dándome de cabeza una y otra vez contra el fondo blanco.
Me sentía solo en la lucha, el formulario en blanco contra Emilio Molina. Él era más grande, más rápido, más fuerte y más blanco que yo. Retrocedí espantado.
Entonces lo toqué, estaba a mitad de camino entre mi cerebro y mi corazón.
Cielo santo, había estado ahí todo el rato y era tan fácil...
Con un movimiento rápido, la página en blanco sucumbió para siempre. Las dos palabras que habían acabado con ella le quedaron tatuadas en la frente.
Decían:
Comenzaba escribiendo algo. Lo borraba. Volvía a empezar. Lo mismo.
Las palabras me fallaban como pocas veces lo habían hecho en mi vida. Frustración.
De vuelta a empezar. «Joder, necesito que sea perfecto» pensé.
Podía sentir el tiempo latiendo en mis sienes y el sueño llevarse mi conciencia sorbo a sorbo; justo lo contrario de lo que necesitaba para poder exprimir al máximo mi dominio sobre la letra escrita, para sacar de mi interior lo que quería que entendieran. Tenían que entenderlo de una forma tan extraordinariamente cristalina que jamás pudiera haber una malinterpretación o duda sobre lo que sentía en el momento en el que lo dije.
Cuando dices o haces las cosas, tienes que ser lo suficientemente responsable como para hacerte cargo de ellas en el futuro, tanto si todo va bien como si todo va mal. Eso no me preocupaba, lo que iba a decir difícilmente iba a tener vuelta atrás, incluso a través de la distancia o del tiempo.
La hoja en blanco. Comenzaba a sentir el frío de la noche arañándome la espalda. Un escalofrío en la nuca. La mente en blanco. Otro escalofrío más.
Un diminuto mosquito chocaba una y otra vez contra el resplandor de la pantalla. Como yo, dándome de cabeza una y otra vez contra el fondo blanco.
Me sentía solo en la lucha, el formulario en blanco contra Emilio Molina. Él era más grande, más rápido, más fuerte y más blanco que yo. Retrocedí espantado.
Entonces lo toqué, estaba a mitad de camino entre mi cerebro y mi corazón.
Cielo santo, había estado ahí todo el rato y era tan fácil...
Con un movimiento rápido, la página en blanco sucumbió para siempre. Las dos palabras que habían acabado con ella le quedaron tatuadas en la frente.
Decían:
OS QUIERO
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